Eva
Eva, chica y temerosa, en un difícil momento de su vida, Pepi Sánchez |
Eva nació de un huevo.
Rompió la cáscara con las pocas
fuerzas que aún no tenía, y allí cayó: en un nido escondido en un
árbol. Cuando abrió los ojos, al fin, cubierta de sangre, fluidos y
mocos, encontró la mirada de su madre, un gran pájaro negro que
vigilaba su nacimiento. La Madre Pájaro se inclinó hacia Eva, hasta
su boca, introduciendo el pico y ahogándola con su vómito; cuando
acabó de alimentarla, voló hasta una rama cercana, donde aguardaba,
quieta y amenazante, vigilando la protección de sus huevos.
Eva observó su hogar, el lugar
de su alumbramiento, y vio que, en efecto, tenía hermanos: tres
huevos más esperaban para abrirse y descubrir la vida que guardaban
dentro. Dos de ellos estaban resquebrajados y agrietados, pero uno de
ellos, además, se movía. Eva se acercó y golpeó el cascarón,
como quien llama a la puerta antes de entrar a un lugar, avisando de
su presencia. Escuchó. A modo de eco, el mismo sonido contestó
desde dentro, saludando. Eva volvió a golpear, esta vez más fuerte,
a lo que su hermano o hermana nonato contestó de nuevo, abollando la
cáscara que los separaba y formando una nueva grieta, más grande
que las anteriores. Eva miró por aquella abertura, y su ojo se
encontró con el ojo de aquél que aún no había nacido. Juntos,
acabaron de romper el huevo, encontrándose el uno al otro, buscando
la compañía de los que se saben solos en el mundo.
Al fin, otra persona igual que
ella (es decir, otra mujer) nació en este mundo, pero esta vez la
Madre Pájaro sólo miró de refilón. Tampoco pareció importarle
que Eva fuera la comadrona del parto de su hermana. Las otras dos
hermanas (porque todos los seres humanos que nacieron de esos huevos
fueron hembras) nacieron horas después, al atardecer. Cuando cayó
la noche, se abrazaron, acurrucadas entre hierba y hojarasca seca,
creyéndose unidas, creyéndose protegidas, en fin, creyéndose en
paz. La Madre Pájaro vigilaba, hierática y callada.
La luz del astro Sol despertó a
las hermanas, -y el hambre también-, pero cuando buscaron a la Madre
Pájaro, no la encontraron. Gritaron y aullaron, clamando por comida,
y chillaron, y lloraron. Finalmente, una figura oscura y alada
apareció en la lejanía, y las hermanas gritaron más fuerte, esta
vez de desesperada alegría. Sin embargo, no fue la Madre Pájaro la
que aterrizó en el nido, sino su compañero y progenitor de Eva y
sus hermanas, su Padre Pájaro.
Lo que ocurrió a continuación
jamás sería olvidado por Eva, y siempre lo recordó como el
principio de una desgraciada, oscura y dolorosa existencia, llevando
por siempre el luto de un alma desgarrada, una negra mancha en el
corazón. El Padre Pájaro atacó a su hermana, la segunda en nacer y
a la que Eva había ayudado a romper el huevo, desgarrándola
cruelmente, separando la piel de la carne, la carne del hueso,
destrozando sus miembros y devorando algunos de ellos. Cuando acabó
con ella, le tocó el turno a las dos hermanas menores, que sufrieron
el mismo terrible destino, entre gritos y aullidos. Ya sólo se oía
el llanto de Eva que, sentada en el nido, abrazándose a sí misma,
se balanceaba de un lado a otro, presa del horror. El Padre Pájaro
se acercó a ella, y Eva, adivinando su destino, se preparó para el
dolor de una muerte sangrienta. Sin embargo, tal y como hizo en su
momento la Madre Pájaro, el Padre Pájaro se inclinó hacia Eva,
hasta su boca, introduciendo el pico y ahogándola con su vómito.
Cuando acabó de alimentarla con la carne y la sangre de sus
hermanas, alzó el vuelo y se marchó. Eva se quedó en su nido,
sola, rodeada de restos de cuerpos, sangre y vísceras, sabiendo de
la horrible atrocidad que había sido obligada a cometer, sintiendo
la sombra del pecado original, del que ya no se desprendería jamás.
Al alzar la mirada, vio a la Madre Pájaro en su rama habitual,
mirándola. Eva supo, en ese momento, que el asesino de sus hermanas
era su propio padre, y que ella, su madre, había observado todo el
proceso de aniquilación y muerte; y por ello, lo había consentido.
Eva nunca comprendió el porqué de sus muertes, y muchos menos, el
porqué de su vida.
Extracto de "Eva", Cuentos del laberinto; editado por la editorial Point de Lunettes.